sábado, 23 de agosto de 2008

Tiempo de Feminismo.Celia Amorós



Tiempo de Feminismo.
Celia Amorós
Editorial Cátedra. Madrid 1997.
Reseña realizada por
©Simón Royo Hernández

Acostumbrados a la rápida producción escrita de nuestro tiempo, muchos de nosotros, al leer los clásicos de la filosofía universal, hemos añorado esas épocas lejanas en las que los estudiosos elaboraban pacientemente sus obras, durante años, madurando y reelaborando sus pensamientos para ofrecerlos después de una larga navegación. Pero tal nostalgia se nos demuestra infundada ante la presente obra. Estamos frente un libro que condensa diez años de reflexión en torno a las relaciones entre Feminismo e Ilustración. Una década de investigación que se nos ofrece magistralmente articulada por la directora del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid.

La necesidad de estructurar un discurso feminista en la actualidad ha exigido esta reconstrucción de los vínculos que tal movimiento tiene con el proyecto ilustrado; la recuperación de las sendas perdidas que nos pueden permitir proseguir hacia el cumplimiento de los ideales emancipatorios de la filosofía moderna. Para colaborar en dicha empresa colectiva ha sido imprescindible la denuncia y corrección de los extravíos y deficiencias, tanto epistemológicas como éticas, que tal empeño ha supuesto desde el Renacimiento a nuestros días.

El pensamiento es ejercido aquí polémicamente, no se concibe otra manera, en primer lugar respecto a lo digno de recuperar en la historia que nos precede y en segundo lugar, en relación con el desvelamiento de las incoherencias de la razón universal. Entre los referentes polémicos del Feminismo Ilustrado encontramos no sólo a la razón patriarcal que a veces postula la igualdad en teoría con tanta obstinación como la incumple en la práctica; sino también el denominado Feminismo de la diferencia, que, aliado del movimiento de impugnación de la modernidad que se ha dado en llamar postmodernismo, se identifica con las caracterizaciones irracionales con las que se ha querido calificar a las mujeres, renunciando por ello a la reivindicación de la igualdad, basada en la capacidad racional de toda la especie.

La formación histórica del sujeto moderno se nos revela aquí como un proyecto inacabado que es necesario proseguir. El sujeto ilustrado, el ciudadano de las Declaraciones de Derechos Universales sin distinción de sexo, raza o religión, no es una realidad social alcanzada, sino un camino con altibajos que, pese a sus dificultades, no ha hecho más que avanzar a lo largo de la Modernidad.

La autora del estudio que reseñamos nos ofrecerá una definición del Feminismo que no se concibe fuera de la Modernidad: "Entendemos por feminismo, de acuerdo con una tradición de tres siglos, un tipo de pensamiento antropológico, moral y político que tiene como su referente la idea racionalista e ilustrada de igualdad entre los sexos" (p.70). Una tradición crítica y, sobre todo, autocrítica, la mejor prueba de esto último es el libro que nos ocupa.

Estamos ante una línea de pensamiento que precisamente para continuar su andadura en la actualidad, realiza una investigación retrospectiva, con la finalidad de ubicarse en relación con los caminos emancipatorios ya transitados orientándose hacia los todavía por recorrer.

Para saber el grado de Ilustración de una sociedad nada mejor que pasarle un test de feminismo, ya que el grado de emancipación femenina nos alerta sobre el grado de emancipación en general. Así se demuestra que las reivindicaciones de igualdad y universalidad, nódulos de la Modernidad, son las plataformas sobre las que la mujer ha podido acceder a una serie de derechos de participación socio-política que les han sido sistemáticamente vedados con anterioridad. El caso del sufragio universal es, aunque no el único, suficientemente significativo a este respecto.

Todos, hombres y mujeres, nacemos en una sociedad ya constituida y siempre en proceso de reconstitución, gozamos de ciertos derechos y libertades por los que no hemos luchado, sino que se los debemos a quienes, dando muchas veces sus vidas por promover su consecución, nunca pudieron gozar de ellos. Por eso tenemos contraida una deuda histórica y nuestras actitudes prácticas no pueden partir de cero y transitar desde el vacío, sino que tienen que inscribirse ya desde sus titubeantes comienzos en uno de los caminos abiertos por los predecesores; a partir de los cuales podran explorarse nuevas rutas y abrirse nuevas perspectivas, siempre adecuándose al presente en favor del futuro. También al nacer nos encontramos con una serie de injusticias socio-políticas que tienen su historia, sus defensores y sus representantes. Existe junto a la Historia de la Emancipación Humana una Historia Universal de la Infamia. Los dos bandos no son tan fáciles de delimitar como parece, porque las actitudes y reflexiones de los seres humanos son a menudo ambiguas y pecan de graves incoherencias. Recuperar lo coherente y combatir la irracionalidad en la sociedad, la Historia y en uno mismo, simboliza la gimnasia democrática de la filosofía de la modernidad, que pide constantes actualizaciones.

El recorrido historico-filosófico que lleva a cabo Celia Amorós en Tiempo de Feminismo constituye uno de esos procesos de feedback indispensables y permanentemente necesarios para la adquisición de una mayor coherencia colectiva. Un ejercicio genealógico por parte de una intelectual comprometida con el desbaratamiento de los prejuicios y los mitos, a través de la reconstrucción crítica de sus orígenes históricos. Aquí puede apreciarse el cumplimiento de la labor social del intelectual que, en palabras de Foucault, consiste en interrogar de nuevo las evidencias y los postulados, cuestionar los hábitos, las maneras de hacer y de pensar; disipar las familiaridades admitidas, retomar la medida de las reglas y las instituciones a partir de esta reproblematización... y, en fin, participar en la formación de una voluntad política (desempeñando su papel de ciudadano).

Celia Amorós, ciudadana y filósofa, no escribe sólo un libro feminista, sino nos aporta una reflexión filosófica sobre el feminismo. Su itinerario va en busca de la formación del suelo nutricio de la igualdad, que culminará en la concepción moderna de la subjetividad.

El nominalismo e individualismo de Duns Escoto, en la Baja Edad Media, constituye el punto de partida que nos llevará hasta el Renacimiento, cuyo significado para las mujeres es calificado como un alborear sin mañana; un oscuro amanecer que contanrá entre sus destellos con la prematura figura de Christine de Pizan (s.XV). Se estudiarán a continuación las virtualidades emancipatorias y reaccionarias de la Reforma protestante, buen ejemplo de los movimientos cuyas valoraciones han de resultar ambiguas para las mujeres y coextensivamente, para el proyecto ilustrado.

Con el análisis del cartesianismo se recupera una figura fundamental e injustamente olvidada, la de Poulain de la Barre (s.XVII), ya genuinamente moderno al trasponer la epistemología cartesiana en el ámbito social (pragmatización del cogito) y arribar, consecuentemente, a la proclamación de la igualdad de los sexos. La recuperación de este avanzado pensador que se situa entre Descartes y Rousseau es uno de los muchos méritos del libro que nos ocupa. La ineludible Mary Wollstonecraft y su Vindicación de los Derechos de la Mujer (1792) constituye el siguiente paso importante de los caminantes ilustrados, cuyas trayectorias resultarán exhaustivamente detallada a lo largo del libro que tenemos entre las manos.

Muchos otros personajes pueblan este escrito. Su autora dialoga con ellos socráticamente para provocar como efecto terapéutico, la fundamentación de una doctrina de la emancipación feminista, vinculada con la emancipación en general; la construcción de un discurso que hunde sus raíces más contemporáneas en dos líneas tan dignas de cruce como son la sartreana y la habermasiana.

Sería alargar demasiado esta reseña proseguir indicando las fuentes transitadas por un libro cuya alta erudición no implica aridez de lectura y que gratificará a cualquiera que se acerque a él; puesto que ilustrará en igual medida al especialista en filosofía y a cualquier otra persona con inquietudes intelectuales.

FEMICIDIO




TERESA DEL VALLE CATEDRÁTICA EMÉRITA DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL


M e dirijo explícitamente a la violencia que se ejerce contra las mujeres y que se califica de «violencia feminicida» que abarca, entre otras: la familiar y la de su pareja, patrimonial, física, psicológica, sexual y que son categorías surgidas de la identificación de situaciones reales. Los móviles para esta clase de violencia se relacionan con el hecho de que la víctima es mujer e incluye, entre otras, variables de edad, situación económica, religión, ideología política. En muchos casos la violencia proviene de mandatos culturales como sería el castigo de muerte por adulterio. En otros se utiliza como arma política como sucede con las violaciones utilizada como arma salvaje en un conflicto armado. En la mayor parte de los casos se realiza en la vivienda que está a su vez amparada por una sofisticada elaboración de lo que representa como refugio del cuidado, atenciones y amor. El término feminicidio lo tomo del excelente trabajo que bajo la dirección de la antropóloga y parlamentaria Marcela Lagarde, se llevó a cabo por encargo de la Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión-LIX Legislatura y publicado como Geografía de la violencia feminicida en la República Mexicana en 2006.
Hay ya muchas autoras y algunos autores que afirmamos que este tipo de violencia se tiene que analizar desde La Crítica Feminista. Hacerlo desde otros marcos que no tengan en cuenta un saber elaborado para descubrir las desigualdades de género y especialmente para desentrañarlas, analizarlas y ver cómo se convierten no solamente en desigualdades sino en prácticas establecidas que desencadenan un tipo de violencia dirigida a las mujeres, es inútil. Para la mayoría se queda en un acontecimiento triste que genera artículos en los periódicos, repulsa social. Sin embargo la herida social permanece. Las mujeres de distintas edades reflexionan: podría haberme pasado a mí y eso se extiende a las hijas, las nietas, sobrinas, amigas, alumnas como una mancha de aceite que se expande y que es difícil de quitar. También genera miedo no hacia cosas extraordinarias sino hacia aquellas que forman parte de la vida cotidiana: pasear de noche, participar en las fiestas, habitar el hogar, hacer opciones de libertad que en última instancia pertenecen al ámbito de los derechos humanos. Y se convierten en extraordinarias cuando se instaura el temor por el acoso, la amenaza, la agresión y hasta la muerte. Las personas adultas nos volvemos hacia las jóvenes para comunicarles nuestra preocupación y transmitirles el miedo. Los medios de comunicación, ante el asombro que causa el feminicidio, abren interrogantes acerca de lo que pudieron ser los móviles de una muerte, un maltrato continuado. De cómo se sintieron las víctimas poco se sabe ya que es difícil hablar de ello porque la agresión se instaura en la intimidad del yo. Pero también por miedo, porque ese tipo de agresión es paralizante. Y en otras ocasiones, porque ya no están con nosotras.
En el análisis feminista la violencia que genera desigualdades y que en muchos casos llega a convertirse en feminicidio no puede analizarse como un hecho aislado producto de excesos que desculpabilizan como serían los del alcohol, las drogas o peor aún el exceso de los celos como expresión del amor posesivo. Es frecuente que todo ello vaya acompañado de una descripción de comportamientos normales del agresor que incluyen declaraciones de la vecindad, compañeros de trabajo que aseguran la normalidad del personaje. Frases como «era una persona amable que saludaba siempre» en el portal, ascensor, escaleras, son frecuentes. Y con ello, el asombro compartido de los que alguna vez se cruzaron. Todavía no me queda claro si con ello se quiere poner de manifiesto el horror de lo acaecido por inexplicable o la capacidad de transformación del agresor de vecino amable en asesino lo que por otro lado contribuye a aumentar la sensación de indefensión porque cualquiera puede convertirse en posible agresor. Tampoco se si se utilizan estas referencias al comportamiento normal para disminuir la culpabilidad o como un atenuante para la enajenación con la que se pudiera aminorar la culpa.
También en la reflexión sobre la violencia de género es importante tener una visión amplia y dinámica acerca de la importancia de la socialización temprana para ver cómo se inicia a la niña, al niño en su identidad y en el conocimiento y respeto de las identidades ajenas. Los modelos de las personas adultas influyen en ello. El antagonismo hacia el otro, la otra, van elaborando las referencias así como el valor que se atribuye a los comportamientos, tareas, formas de relación, de ocio de cada persona. La manera en las que iniciamos en los comportamientos de igualdad, de fluidez entre las tareas asignadas a los adultos en la casa. La manera de cómo se distribuye el espacio en la casa: frente al televisor, en la mesa, en las habitaciones o la valoración de las tareas realizadas por la madre frente a las que realiza el padre. Me parece difícil que la niña, el niño se eduquen en compartir tareas si ven que los mayores no lo hacen. La educación en la equidad tiene que ver con las consideraciones básicas del reconocimiento del valor de las personas por lo que son de manera que los roles no estén ya mediatizados por ser niño o niña porque ello se traducirá en la diferenciación en la adolescencia, en la juventud, en la edad adulta y en la vejez. Esto a su vez se ve reforzado por los «mandatos de género». Se entiende por estos últimos aquellas asignaciones diferenciadas en las que está presente el peso de la tradición de la cultura, de los valores y creencias. Los hay que abarcan desde el campo de la sexualidad hasta los atributos con que se definen a las mujeres y o a los hombres. Las maneras mediante las cuales diferencias entre niños y niñas marcan ya desigualdades. Con frecuencia los niños tienen una mayor libertad para ocupar más espacios, para transitarlos y se otorga un mayor protagonismo a actividades, cualidades consideradas masculinas.
Las dificultades que existen en la actualidad para que las mujeres puedan compatibilizar de manera armónica lo que es su vida personal, su vida laboral y su vida familiar también contribuyen a las diferencias que generan desigualdades entre las mujeres y los hombres.
Frente al análisis de las situaciones que inciden en desigualdades que desembocan en la violencia de género cabe también hablar de nuevas socializaciones. Abarcarían nuevos aprendizajes para superar comportamientos excluyentes hacia las mujeres. Incluirían la reflexión sobre las prácticas culturales que estereotipan comportamientos de manera que la superación de los estereotipos se vea como una expresión de libertad más que de salida de la norma. Resaltaría la repulsa hacia el cultivo del dominio masculino sobre la mujer como una forma de progreso ya que propiciaría comportamientos más fluidos e igualitarios.
Es evidente que los cambios suponen pérdida de beneficios para muchos varones mientras que suponen oportunidades que repercuten favorablemente en las vidas de las mujeres. Y finalmente pensar que cuanto más igualitar ia sea una sociedad más se beneficiará de aportaciones provenientes de las mujeres que de lo contrario se habrían perdido. En resumen: la sociedad no solamente no pierde sino que se enriquece.
Deseo profundamente que este sea el último artículo que tenga que escribir sobre el tema. Hoy lo llevo a cabo como una expresión pública de acompañamiento a la familia de Nagore Laffage. Estoy segura que mucha gente coincidimos en la repulsa al hecho y en la cercanía a su dolor. Considero que la violencia sexista cualquiera que sea es una lacra que corroe a la sociedad. El feminicidio es la expresión más extrema de la negación de la mujer. Y es por ello que requiere de un esfuerzo de toda la sociedad el cuestionar la desigualdad y socializarnos en la equidad real entre mujeres y hombres.